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I

Todas las noches ocurre lo mismo. El mismo ritual. Después de haber decidido dónde dejarse ver, qué dolorosos tacones combinar con ese vestido que pensaste desde el miércoles. Con quién compartir la botella de whisky que sobró de la semana pasada "que da para dos, está prácticamente entera". Después de todo aquello, de haber comprobado ante el espejo que todo está donde debe estar y que no hay motivo para que ninguna rubia te mire de menos, sólo porque no lo seas; después de eso ya puedes salir a la calle. 

Y montarte la película de siempre.

De que esta noche sí, conocerás a ese chico que estará apoyado en la barra de la discoteca aburrido. Que (igual que tú) preferiría estar en Razz con sus Vans y su gorra, pero que se ha sacrificado porque es el cumple de Jacobo y por un amigo lo que sea. Ese que será guapísimo pero ninguna otra se habrá fijado. 

Lo mejor de todo es que siempre lo pensamos. Y que a las cinco de la mañana acabamos saliendo con la poca dignidad que le queda a nuestro maquillaje, tacones en mano y en busca de un taxi que nos lleve a nuestra en-ese-momento tan querida cama. 

Benditas camas. ¿Qué no habrán vivido ellas? Nos han visto llorar por aquel, emocionarnos por aquel otro; noches en vela con la única iluminación de esa pantalla de movil que no quería apagarse. Resacas y cosas que no son resacas. De todo. 

"La verdad es que si mi cama hablara, creo que diría muchas cosas de mí que no sé ni yo". Por la cara. Siempre acabo concluyendo mis pensamientos con una frase en voz alta y odio eso. Y más cuando estoy con mis amigas, planeando la noche y tengo que aguantar lo que viene después. 

Ya ni se molestan en preguntarme sobre el poco sentido de mi frase, se limitan a mirarme con la misma cara amenazadora de siempre y a seguir con lo suyo. Bueno, lo nuestro, porque esta noche se sale. 

La verdad es que desde hace tiempo ya que no hay ninguna razón que haga que tenga ilusión por encontrarme a nadie. Ha llegado un punto en el que creo que me he transformado en un tío. En el sentido de sentir. 

No soy capaz de fijarme en alguien y creer que va a llegar a algo más que un polvo. Sí, me he convertido en un tío. 

Pero la culpa de eso tiene nombre. Carlos, Alberto, Fran. Varios nombres. 

Pero eso es algo en lo que no me gusta pensar, así que voy a hacer ver que no ha pasado algo. Lo que tenga que ser será. 

Debo decir, sin embargo, que mi idea del amor no era así antes. Puedo asegurar que ocurrió gracias a otro tío. Uno que se comportó de diez conmigo. Con uno con el que conecté. Parece que se me esté yendo la olla. ¿Que por qué no funcionó? 

Pues porque vive a 10000km y a un océano de donde estoy yo. Parece mentira que tenga que encontrar a ese alguien en otro continente, y que justamente tenga que huir otro más.

Creo que jamás había conocido a alguien que me transmitiera tanto con una primera mirada. Fue algo increíble, algo tan sincero y tan puro que no he podido ni contárselo a mi mejor amiga, la que me lo presentó. 

Pasó lo que tenía que pasar, algo que no creo que vuelva a sentir jamás con nadie, menos él. 

Y lo mejor de todo es que creo que fue algo mútuo. No podría describirlo, pero llega un momento del día donde cierro los ojos y siento esa conexión vía aérea-o-lo-que-sea; siento esa energía y eso me hace estar tranquila. 

Por ese motivo voy a cerrar el capítulo  de mis viejas glorias para no darle más vueltas y centrarme en el tío que soy ahora, con nombre de mujer. Y con un corazón que no se tiene ya en pie. 

II.

Tengo una vida normal, estudio medicina, duermo poco, como menos, pero río mucho. 

El sentido del humor es algo que creo que me caracteriza, para la gente que me conoce. Creo que es algo que tengo a mi favor, y se lo debo a la gente con la que me he llevado. 

Mi mejor amiga y mi alma gemela vive a tres calles de mi casa. Es de otro país, de otro continente; como el Sr. Elegido, y es un sol de sangre caliente, África. 

África es uno de los mayores descubrimientos en mi vida. Mentiría si dijera que no me siento como Cristóbal Colón aquella mañana de septiembre, porque África es el sol que me ilumina los días. Llegó a mi vida hace cuatro años, tarde; tarde como siempre, como esa mañana. 

Siempre es lo mismo, viene y le da igual. La puedo mirar mal y gritarle y dará lo mismo porque no me entenderá. Ella llega y me recuerda que soy demasiado puntual y que he escogido mal a mis amigas. 

A pesar de que siempre lo hace, me acabo calmando; lo mismo que hice esa mañana. 

Somos de esa clase de chicas que tenemos mil ideas en la cabeza, mil planes; que estamos constantemente repitiéndonos la suerte que tenemos de vivir en una ciudad como la nuestra, con centenares de planes. 

Lo hacemos sí, pero desde una terraza con nuestras birras, arreglando el mundo y perdiendo el tiempo. 

Esa mañana no iba a ser distinta. Digo mañana, aunque era ya la una y media de la tarde, hora a la que empezaba el día para nosotras. 

Así lo hacíamos cuando no teníamos clases. Nos bajábamos al centro. A esa terraza parcialmente soleada esperando que llegaran a caballo Gonzalo y Hugo, los amores de nuestras vidas. Ambos tenían pinta del típico príncipe de Disney, y aún no lo conocíamos. Pero estábamos del todo seguras que aparecería por ahí alguna mañana, de eso no cabía duda. 

La verdad es que yo por aquel entonces ya había dejado de creer en la existencia de Gonzalo, pero no se lo dije a África. Es como cuando los niños pequeños dejan de creer en los Reyes Magos, y sus hermanos aún lo hacen. Es por solidaridad. 

Últimamente nuestras conversaciones volvían a tomar el rumbo de antaño, hombres. Pero esta vez intentando autoconvencernos de que no lo encontraríamos y que teníamos que hacernos a la idea de que los tíos servían para lo que servían, que no vienen con instrucciones ni con ticket regalo. 

Y a la tercera cerveza, mi vejiga y yo necesitábamos visitar el servicio. Otra vez. Así que me levanté y, encogiendo barriga, me acerqué a la puerta de nuestro bar. Y justo cuando iba a entrar, pasó por delante algo que difícilmente me iba a dejar indiferente. Y yo ya lo sabía. 

Aún recuerdo la invisible torta de aire con olor a verano que me abofeteó la cara al pasar a dos centímetros de mi nariz. 

Ágil, rápido, escurridizo; así pasó por delante y se libró de una caída fatal - el ángel.

III.

No he sido nunca de quedarme con las caras de la gente. La verdad es que tengo una memoria fotográfica del todo inexistente. Pero sí sé acordarme de una cuando me atraviesa la córnea de los ojos y se me infiltra en el alma. 

Sé reconocer la cara de un ángel, sí. 

Y fue en ese instante, que duró segundos pero que podría reproducir a modo de película chicle de tres horas dentro de mi cabeza toda la vida. 

El instante en el que casi le embisto. Habría caído al suelo, tal vez él también. Tal vez eso habría cambiado muchas cosas que sucedieron luego. O tal vez las habría avanzado. 

Fui a lo que iba, al lavabo, y a la vuelta opté por no comentarles nada ni a África ni a Noa, creo que sólo por el simple hecho de que no era como las demás veces, no se merecía el mismo trato ni el mismo análisis rutinario. 

Volví y me senté, como si no hubiera pasado nada y como si mi vida fuera a seguir igual que antes de hacerlo. Sin embargo, uno de mis defectos es que mi cara me delata. Y el brillo de los ojos pareció ser bastante obvio para esas dos.

"Casi te comes a Rex, ¿eh?", me soltó Noa, lanzándome una mirada de esas de no-intentes-engañarme-te-conozco. 

Rex. Ése es su nombre. Sonaba como agradable dentro de mi cabeza. Olía bien, sabía aún mejor. 

Mierda. Rex. Ya sabía quién era. Había oído hablar de él en alguna ocasión. Estaba liado con una rubia bastante suelta que había vivido con Noa. Rex había estado entre rejas. Rex vendía droga porque no tenía papeles y no podía tener contrato de nada. Rex era ilegal. Rex era brasileño. Rex era.. guapísimo. 

Mientras todo eso me cruzaba la mente, olvidé que en la vida real el tiempo seguía corriendo. Y que en todo ese tiempo mi cara de tontaina era extrema y había olvidado también contestar a Noa, que recién confirmaba sus teorías de mi enamoramiento y flechazo con el camello Rex. 

"Sí, por suerte él ha sabido esquivarlo. Dios, es guapísimo" - ¿para qué negarlo? Pocas veces tengo flechazos de ese tipo. 

"No te preocupes, ya te lo presentaré. Pero Eli, no es para tí. No es para nadie, es un espíritu vagabundo y libre. Nos conocemos". 

Con una sonrisa decidí dejar de lado el tema y no sacarlo por tiempo. Aunque yo misma sabía que lo de Rex no se me pasaría en dos semanas.

IV.

Así transcurrieron las siguientes semanas. Pensando en Rex día y noche. Y pasando accidentalmente por MACBA, por donde él siempre estaba. Siempre sentado, de pie, fumando, patinando, por el suelo, riendo, hablando, flipando. 

No soy capaz de describir la sensación que pasaba por mi cuerpo cuando le veía. Era algo que a día de hoy todavía me descoloca. 

Era verle y sentir eso que te asusta porque una vez se instala, no se va. 

Me sentaba en cualquier esquina o simplemente pasaba, sin atreverme a acercarme demasiado. Y cuando pasaba procuraba no mirarle, porque a mi parecer si me miraba directamente a los ojos, éstos le dirían todo, dejándome en ridículo. Era algo que no podía pasar por nada del mundo. 

Y pensaba, algún día te armarás de valor y le dirás nada. Tal vez por eso nunca me llevaba mechero cuando bajaba, para tener una excusa y pedírselo a él. Pero siempre me echaba atrás. Siempre encontraba una excusa o decidía que se hacía tarde y que no llegaría a casa a tiempo para seguir haciendo nada. 

Rex. Sólo pensaba en él, en la forma que tenía de moverse y en los gestos que hacía. Siempre he creído que observándonos aprendemos más de una persona que hablando con ella. Porque los gestos y las miradas no mienten. 

Era agradable y a la vez raro estar cerca de Rex y darse cuenta de lo distinto que era su mundo. Yo vivía estresada siempre, con mil preocupaciones y él se limitaba a patinar y a sobrevivir ese día. Realmente todo me parecía bastante lejano hasta aquella noche. Estaba con Noa en Macba, como de costumbre, con unas latas de cerveza y sintiéndonos bastante rebeldes. Y llegó. Y se acercó. "Noa? Wow cuánto tiempo" "Hombre, Rex. Pensaba que me estabas evitando. Qué tal?" Y yo al lado tragándome la cerveza de golpe. En esos minutos de conversación entre ambos reuní todo lo que sabía sobre Rex y lo coloqué a su lado para ver si realmente todo era tan espantoso como decían.
Nunca hagáis eso, porque de pronto hasta algo como la cárcel me pareció tremendamente sexy a su lado.

No sé si fueron mis cervezas o sus porros, el caso es que de pronto Rex estaba a mi lado contándome su vida y yo de pronto era muy feliz.

REX

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